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viernes, 3 de abril de 2015

50. [Homilía] Viernes Santo: El Rey que da la Vida


Por amor a la humanidad el Padre eterno envió a su hijo al mundo, para que haciéndose hombre y en todo semejante a nosotros pudiera ser el mediador perfecto entre Dios y los hombres.

Por amor a la humanidad, El Hijo eterno del Padre, se humilló, se anonadó y tomó nuestra naturaleza, una naturaleza frágil, débil, de barro, que padece, que sufre, que muere, sometiéndose a todos nuestros sufrimientos y dolencias, incluso a la muerte y a la muerte más ignominiosa en su tiempo: una muerte de cruz.

Por amor a la humanidad, El Espíritu Santo, el amor eterno de Dios, confeccionó el cuerpo humano de Jesús de el vientre purísimo de María, de su propia carne, y lo consagró para que se ofreciera a sí mismo como víctima de propiciación por nuestros pecados para que no sólo fuera mediador y sacerdote sino que él mismo fuera la ofrenda de salvación.

Así, por el gran amor con que Dios nos amó, el Hijo de Dios, vino a ser para nosotros causa de salvación: Jesús,  Dios que salva,  el Cristo, el ungido para anunciar y realizar la salvación a través de su ministerio, de su servicio, de su oración y del sacrificio de su vida.

Él glorifica al Padre cuando muere en la cruz, porque muestra a toda la humanidad el inmenso amor del Padre quien entrega a su Hijo único a la muerte para rescatar a la humanidad de la muerte. Él restablece el honor y la gloria del Padre ofreciéndole una adoración perfecta en su humanidad llena de gracia y santidad a través de su gran piedad, y, al hacerlo, lo hace también de parte de todos nosotros, representando como cabeza a todos los hombres que convoca a su reino y que desea sean ellos también adoradores del Padre en Espíritu y en verdad. 

El Padre glorifica a su Hijo crucificado, porque precisamente en la cruz, lo establece como Rey pacífico, amantísimo, victorioso, conquistador en el amor de un reino eterno y lo constituye Soberano de todos los siglos: pues aunque siendo Rey desde siempre por ser Dios en todo igual al Padre, ha sido a través de su sangre que hemos podido incorporarnos a su reino, el mismo reino que el Padre le entrega en herencia en el Calvario y que él le ofrece al Padre como pueblo de su propiedad.

Él, Jesús, Nuestro Rey y Señor, también, nos muestra la gravedad del pecado, causa de la muerte, asumiendo con humildad todas las consecuencias, efectos, penas y daños que el pecado ocasiona a la humanidad. Si por la soberbia de Adán se desató la muerte, por la humildad del Cristo seremos desatados de la muerte. Si por la desobediencia de Adán y por nuestros pecados nos hicimos culpables y reos de castigo, por la obediencia inmaculada del Cordero inocente,  seremos hechos justos, inocentes como él, y liberados del castigo podremos gozar de la vida que nos da la cruz. Si al pie del árbol del Edén vimos nuestra condenación, al pie del árbol de la cruz hemos contemplado nuestra redención.

Hoy que contemplamos al Hijo de Dios crucificado consideremos el daño del pecado, su gravedad, su seriedad. Celebremos solemnemente, entre el dolor de  la contrición sincera, con el corazón arrepentido de nuestros pecados y el alma llena de luto, el amor insondable de Dios, que se compadeció con todos nosotros y que hizo suyas nuestras miserias para poder remediarlas. Gravísimo es el pecado que el Hijo de Dios tuvo que morir para sanarnos y liberarnos. Pero más grande es el amor que quiso someterse a este daño voluntariamente por compasión y misericordia.

El remedio de nuestras miserias lo vemos bajo el velo del misterio: para abrirse la fuente de la misericordia era necesario que el Hijo compadecido de toda la humanidad y lleno de amor por todos nosotros padeciera mucho y fuera abierto su corazón como fuente inagotable de misericordia para el mundo. Así, no sólo contemplamos el daño terrible del pecado sino que celebramos que hoy mismo, se ha abierto para todos la fuente de la gracia: el corazón de Jesús, lleno de amor para la humanidad.

La celebración de la muerte del Señor, es acción solemne de gratitud, pues hoy ha sido abierto para toda la humanidad el tesoro de la gracia, hoy la salvación alcanza a la humanidad pecadora por Jesús. Hoy damos gracias a Dios puesto que si por nosotros sólo nos ha venido el pecado y la desgracia, hemos perdido el cielo y merecido el castigo, por la dolorosa pasión de Jesús nos ha sido concedida la salud y toda gracia, la salvación, aún el mérito y la gloria, que se alimentan de su única fuente: el corazón de Jesús, lleno de amor para la humanidad. 

Hoy, mis hermanos, adoremos a nuestro Rey, quien ha hecho un reino de sacerdotes para nuestro Padre y una nación santa, quien nos ha hecho sus hermanos y nos hace hijos de un mismo Padre, a través de su muerte. Hoy contemplamos al Rey que da la vida por su reino, y lo adoramos. Hoy queremos postrar nuestro corazón ante Él y decirle: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi, pecador, ábreme las puertas de tu reino, abre las puertas de tu corazón a todo el mundo, sigue derramando para con toda la humanidad tu amor y tu misericordia. Aceptamos tu sacrificio, veneramos tu santa cruz, somos tu reino, queremos vivir bajo la cruz, siguiendo el ejemplo de tu amor infinito.