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miércoles, 3 de junio de 2015

51. [Homilía] Primera Misa: Tu eres sacerdote eterno



Queridos amigos: celebramos la misa del Corpus Christi, en vísperas de la solemnidad. Esta fiesta fue instituida para conmemorar solemnemente la institución de la sagrada Eucaristía. Ciertamente la santa institución, la celebramos en la misa de la cena del Señor en el jueves santo; sin embargo, el papa Urbano IV quiso instituir un día distinto, fuera del tiempo de la pasión para agradecer a Dios por la institución del sacrificio eucarístico y por la presencia real, substancial, viva y verdadera de Cristo en el pan y el vino consagrados y ofrecidos a Dios para su gloria y para nuestra santificación.

Así nuestra fiesta nos lleva al gran acontecimiento del jueves santo, día santísimo en que Cristo instituye la Eucaristía y el Orden Sacerdotal. A este día se la ha llamado Natalis Calicis, el nacimiento del cáliz; y precisamente por ello adquiere un significado muy profundo para mí, en el día dichoso en el que por primera vez ofrezco, como sacerdote,  el sacrificio de nuestra redención presidiendo la Eucaristía.

En el libro del Éxodo hemos escuchado como Moisés ha sellado la primitiva alianza con la sangre de los animales que ofrecidos en sacrificio unían al pueblo con Dios. La sangre establecía un vínculo, una parte de ella, de la vida que se entregaba a Dios, se derramaba sobre el propiciatorio del altar y otra parte se utilizaba para la aspersión del pueblo, de modo que un elemento común tocaba a Dios implorando misericordia y tocaba al pueblo juramentando fidelidad, por la mediación de Moisés.

Esta antigua alianza anunciaba una realidad viva que iniciaba y que vendría con plenitud más tarde. Así, la carta a los hebreos nos explica que Cristo, Sumo sacerdote, único mediador perfecto entre Dios y los hombres ha ofrecido su sangre para purificarnos de nuestros pecados y ofrecer al Padre Eterno, impulsado por el Espíritu Santo, un culto agradable en su presencia. Él ha unido, al derramar su sangre, a la humanidad con Dios, obteniendo los bienes definitivos, la redención, el perdón de los pecados.  

Ahora bien, en la antigua alianza la sangre caía sobre el pueblo y  sobre el altar. En la nueva alianza la sangre del Hijo de Dios se ofrece al Padre sacramentalmente en el cáliz, la misma sangre que se derrama en la cruz. En el cáliz se contiene la sangre preciosa, en el Calvario se derrama. ¡Que gran misterio es este! Jesús instituye la Eucaristía como anticipación de su sufrimiento y muerte, para que su sangre derramada en la cruz nos alcance a todos nosotros, no como aspersión exterior sino como bebida de salvación, como comunión. Y lo mismo podemos decir del cuerpo que se entrega al oprobio en el calvario, y que se hace pan de vida en el altar. Un mismo acto es, entonces, memorial de la pasión y sacramento de comunión, de salvación, de vida eterna.

Ofreciendo pan y vino, Jesús ejerce el sacerdocio como Melquisedec y sabiendo que sube al Padre y permanece para siempre en el altar celeste para interceder por nosotros, instituyó el orden sagrado al mandar que se hiciera el sacramento en memoria suya a sus apóstoles. Así, Cristo mismo se aseguraba de hacer visible su mediación sacerdotal, de prolongar su acción salvífica y de que la gracia de su sacrificio alcanzara a todos los hombres de todos los tiempos. De algún modo, todo sacerdote nace el jueves santo, y todo sacerdote nace, al participar, no por sus méritos sino por elección y mandato divino, para ofrecer el santo sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, para el perdón de los pecados.

El cáliz que nace el jueves santo contiene el misterio de la redención, misterio que ahora se me encomienda custodiar, celebrar y dispensar. Hoy nace también este cáliz para mí, pues aunque fui ordenado sacerdote hace pocos días, es el día de hoy en el que puedo cantar con temor y gratitud: levantaré el cáliz de la salvación, te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocaré tu nombre Señor, en presencia de todo el pueblo.

Mis queridos hermanos: estoy lleno de gozo por el sacerdocio que el Señor Jesús me ha confiado. Él es sacerdote, principalmente, porque se ofreció a sí mismo, impulsado por el Espíritu Santo, como víctima al Padre. Oren por mí, para que mis debilidades y fragilidades no oscurezcan el rostro de Cristo en mi ministerio; oren por mí, para que aprenda de Cristo a ofrecerme a mí mismo, a entregar mi vida cada día por mi amada Iglesia y para gloria del Padre.  




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