San
Gregorio (Moral. l. 2, c. 26): el don de sabiduría se da
contra la necedad.
Agradezco a las autoridades del
ISES, por la amable invitación que me han hecho para motivar algunas
reflexiones que puedan acompañar el actuar de la comunidad académica durante el
año que ahora comienza.
Quiero iniciar mi reflexión
señalando algunas características de los tiempos que tenemos que afrontar en
relación al ser y al quehacer de una Institución de Educación Superior que
desea comprometerse con los fines propios de la educación católica y de las
Universidades.
En primer lugar, debemos señalar el
consenso cada vez más generalizado en diversos ámbitos al señalar el fenómeno
de la crisis educativa. Con el término “emergencia educativa” se ha querido
señalar la urgencia y la gravedad de la crisis, por las necesarias
repercusiones culturales que ha provocado y provocará. Es, sin embargo,
significativo que nuestra época, alguna vez definida como “época del
conocimiento” presente una emergencia de esta magnitud. Más aún, parece
paradójico el hecho constatable del aumento generalizado tanto de las mismas fuentes
del conocimiento, como de su accesibilidad, como de los métodos y de las
técnicas que lo facilitan, pueda convivir con la emergencia educativa señalada.
Esta primera constatación no debe
pasar desapercibida. Lo primero que nos indica es que la emergencia educativa
no es una crisis de los medios de la
educación sino una crisis de los fines de la educación. Lo segundo que
nos indica es que se trata de una crisis relacionada con la capacidad que como
sociedad tenemos para pensar precisamente los fines. Podemos decir que un punto
de partida de la reflexión sería señalar el hecho de que la educación se ha quedado sin fines
propios y se ha subordinado a otras pretensiones que no son propiamente
educativas. Dicho de otro modo, una nota esencial de la educación en nuestro
tiempo es la de su ser instrumental.
Pero esta nota, que parece ser accidental a la emergencia
educativa es en realidad su causa más profunda. La educación es una abstracción
de una realidad que pertenece al ámbito del obrar humano, de su acción. Pero el
obrar humano se especifica en cada caso, precisamente por su objeto, por su
dirección, por su fin. De modo que perdiendo la educación sus fines propios no
pierde algo accidental. No se trata de una pérdida accesoria o circunstancial,
como los constantes cambios a los modelos educativos de los que hemos sido
testigos en los últimos años, que a gran velocidad intentan cambiar todo el
proceso de enseñanza y antes de lograrlo son sustituidos por otros. Aquí nos
referimos a una pérdida mucho más trascendente, a la pérdida del λόγος de la
educación, de su especificidad, de su sentido y de su esencia. No es posible
educar ni hablar de educación si no se tiene una idea precisa del fin de la
educación, y difícilmente se tendrá una idea precisa del fin de la educación,
sino se tiene una idea precisa del fin del hombre, de su naturaleza y de su
esencia.
En relación al carácter
instrumental de la educación que se ha constituido en el modelo educativo
dominante de la cultura actual, debemos señalar que es el efecto de un fenómeno
más amplio. La educación es instrumental precisamente porque la razón de
nuestro tiempo es instrumental. La razón moderna clausuró la capacidad
discursiva que pretendía alcanzar los fines mismos de la vida del hombre y de
la sociedad como comunidad humana como interrogantes dotados de viabilidad
intelectual. Esta razón que estrechó la capacidad del hombre de juzgar el mundo
y a sí mismo a lo próximo e inmediato, excluyó “a priori”, al excluir el discurso metafísico y moral objetivo, los
fines mismos de la educación.
La crisis, entonces, inicia de
algún modo en una disminución de la capacidad del hombre para juzgar al mundo y
a sí mismo. Podemos decir con mucha simplicidad que la razón cambió de objeto,
pasó de tener por objeto el “ser” a tener por objeto el “hacer”, la “técnica”,
el “método” para dominar al mundo, a la
naturaleza y al hombre mismo. La razón como “dominación” se impuso también en
el ámbito educativo. La prioridad educativa se volvió aumentar la capacidad de
dominar el mundo y de transformarlo.
Siguiendo esta argumentación
podemos decir que la emergencia educativa es sólo los efectos perniciosos de
una crisis más profunda: la crisis antropológica. No es la “cuestión educativa”
la que habría que resolver primero, sino la “cuestión del hombre”. Sin embargo,
al llegar a este punto nos podemos dar cuenta de otro dato paradójico. La misma
razón moderna que estrechó la altura de la inteligencia al ámbito de lo
dominable según las formas metodológicas del control experimental intentó
desarrollar una cultura y un pensamiento antropocéntrico. De modo que nos
encontramos con una cultura que al mismo tiempo que intentó ser antropocéntrica
renunció al reconocimiento de una verdad plena sobre el hombre que llegara a
reflexionar sobre su naturaleza, sobre sus fines propios y por lo tanto sobre su vocación
trascendente.
Es significativo que entre las
prioridades que Benedicto XVI señalaba a los profesores universitarios en el
2007 él mismo señalara como urgente realizar un estudio profundo sobre la
crisis de la modernidad. Una crisis, que él mismo diría, se expresa en la
promoción de un humanismo antropocéntrico sin fundamento ontológico:
Durante
los últimos siglos, la cultura europea ha estado condicionada fuertemente por
la noción de modernidad. Sin embargo, la crisis actual tiene menos que ver con
la insistencia de la modernidad en la centralidad del hombre y de sus
preocupaciones, que con los problemas planteados por un "humanismo"
que pretende construir un regnum hominis separado de su necesario
fundamento ontológico.[1]
Este regnum hominis, separado de su necesario fundamento ontológico, no
se deshizo absolutamente de cualquier tipo de razonamiento moral, sin embargo,
al dejar tales razonamientos sin sus fundamentos metafísicos adecuados, estos
condujeron a un discurso ético débil e incapaz de fundar sólidamente un
proyecto educativo humanista e integral consistente. De este modo, más allá del
carácter instrumental de la educación que hemos constatado como hecho típico
del fenómeno de la emergencia educativa podemos señalar una causa más profunda
en el orden teórico, que ha consistido en el abandono del ser, más
concretamente, en la renuncia teórica al desarrollo de una metafísica de la
persona que pueda fundar la acción educativa.
Dicho de otro modo, la “emergencia
educativa”, es en realidad una crisis de la razón moderna, en cuanto tiene de
principio educativo, que consiste en la renuncia a la reflexión profunda sobre
el ser mismo del hombre, sobre su constitución esencial y por tanto sobre su
dinamismo existencial. Este abandono del ser conduce necesariamente a la
primacía de la praxis y a la desconfianza a cualquier teoría que pretenda
establecer un fundamento educativo “fuerte” dejando el ámbito de las
finalidades de la educación en el más plural y variado relativismo de los
fines. Curiosamente, mientras los fines de la educación quedaron bajo el
imperio del relativismo, los “medios” de la educación, incluyendo los métodos y
las novedades pedagógicas con su prioridad indiscutible pasaron a imponerse en
sentido fuerte siempre y cuando pudieran aportar algo a los fines no
propiamente educativos y válidamente aceptados por la cultura: el progreso
material y el dominio técnico.
Al abandono de la metafísica, de la
antropología propiamente filosófica y de los fundamentos metafísicos del obrar
moral que conlleva se la ha sumado un hecho no menos relevante, en el ámbito de
lo que al comienzo de la conferencia hemos señalado el “ser y el hacer” de una
Institución de Educación Superior que desea comprometerse con los fines propios
de la educación católica: el fenómeno del secularismo. Pero, aquí no estamos
hablando de un cierto secularismo que ha afectado a las instituciones laicas o
que paulatinamente ha ido cambiando las instituciones propias de la cultura de
los modelos teocéntricos, a los modelos liberales. Estamos hablando del secularismo que afectó y
afecta a las instituciones propiamente confesionales, cristianas y católicas
que han preferido comprometerse con las dinámicas propias de la educación
pragmática y han, en el mejor de los casos, subordinado, en el peor de los
casos, renunciado, a la constitución propiamente católica de su misma actividad
educativa.
Al abandono de la metafísica le
tenemos que añadir la grave crisis religiosa que han experimentado muchas
instituciones y agentes educativos: el abandono de la fe en sí misma y por
cuanto tiene de principio educativo. Así, tenemos dos causas profundas de la
emergencia educativa: el abandono de la fe y el abandono de la metafísica. De
modo que, junto con una reflexión más profunda sobre las motivaciones de estos
abandonos es necesario volver a pensar que la educación sólo podrá tener un
sentido auténticamente educativo cuando se funde en la verdad sobre el hombre,
incluyendo, desde luego, y sin menoscabo a su vida temporal sino en favor de
ella, su vocación trascendente.
Recuperar el λόγος de la educación,
es, más bien, desarrollar la actividad educativa desde el λόγος del hombre, un
λόγος recuperado, capaz de alcanzar el ser, de predicar con verdad, de juzgar
al mundo y al hombre adecuadamente y de plantearse las preguntas auténticamente
relevantes sobre el sentido de las cosas humanas. Si aceptamos la altura de la
definición de educación como “promoción
del estado de virtud” en todas las dimensiones de la vida personal, hemos
de decir que la virtud, ya sea en su sentido genérico como en sus caracteres
específicos, se funda sobre este sentido, el λόγος profundo que es capaz de
reconocer la verdad sobre el hombre, sobre su obrar y sobre su dignidad. En
este sentido, la primera emergencia es la promoción misma de la verdad sin la
cual el estado de virtud se vuelve ilusorio e impreciso. Sin embargo, esta
promoción no sólo requiere de una apertura de la razón sino también de un
ensanchamiento del corazón, del amor que sigue al λόγος y que es capaz de
fundar un nuevo estado de cosas conforme a Él. La promoción de la
investigación, enseñanza y difusión de la verdad con un compromiso serio que
incluya tanto la conciencia de los límites del conocimiento como su estatuto
real, exige un movimiento de apertura de la mente y del corazón a la realidad
que después sea capaz de promover el estado de virtud en las personas y el
desarrollo de la cultura en las sociedades humanas.
Sobre la base de estas reflexiones
he recordado una consideración que hace Santo Tomás respecto a “la sabiduría”,
que en relación a la línea argumentativa que aquí hemos seguido podría parecer
accidental pero que en realidad es sumamente relevante por su precisión y
conveniencia a la circunstancia descrita. Santo Tomás, hablando sobre la
caridad, y después sobre la sabiduría como don del Espíritu Santo opone a la
sabiduría dos estados: la necedad y la fatuidad. Hablaremos, por ahora, sólo de
la necedad, “stultitia”. La necedad,
señala Tomás siguiendo a San Isidoro, es
un tipo de herida del corazón y un entorpecimiento de los sentidos que impide a
la persona conmoverse por el estupor, quedando inhabilitado su sentido para
juzgar al mundo.[2]
La sabiduría por el contrario como enseña él mismo es un tipo de sutileza y perspicacia
del corazón y de los sentidos que elevados por el estupor son habilitados para
discernir las cosas y sus causas.
De este modo, antes de que la
inteligencia pueda elevarse hacia su objeto propio en la verdad, o la voluntad
deleitarse en el bien propio y conveniente o en la contemplación de la belleza
según la dinámica del "ordo virtutem”, del “ordo amoris” que sigue al
λόγος humano es necesario sanar las "heridas" del corazón que pueden
impedir a las facultades alcanzar sus objetos propios y hacerse connaturales a
ellos a través de la promoción adquisición de la virtud que fundada en la
naturaleza lo individua de modo único y personalísimo.
En este sentido podemos decir que
la emergencia educativa manifiesta una herida en los sentidos para juzgar al
mundo, una razón inhabilitada para discernir las cosas y sus causas. Junto con
esta herida que incapacita para el pensamiento metafísico aparece la herida del
corazón que impide al espíritu humano elevarse con gran sutileza para alcanzar
a encontrarse sin prejuicios ni estrecheces con la realidad. Esta sutileza
impulsada por la pasión que provoca el asombro y dotada de una razón habilitada
para el pensamiento profundo propia de los sabios ha sido suplantada por una
voluntad estrecha que abandonando el ser y los interrogantes más profundos no
sólo ha clausurado su propia razón sino que ha querido fundar una cultura y una
actividad educativa sin λόγος.
Santo Tomás, en este sentido,
enseña que corresponde al sabio dirigir y juzgar haciendo su juicio en
referencia a la causa más alta de todo lo inferior. Continúa diciendo que en la
vida humana el sabio es llamado prudente porque orienta el obrar humano a su
debido fin. De modo que el sabio dirige y juzga conforme a las causas últimas y
dirige el obrar conforme al fin último.
En relación a ello, la educación misma y los fines de la educación a los
que hemos aludido y por los cuales se específica la actividad educativa en
cuanto educativa en su sentido auténticamente humana, no pueden ser
determinados sino por una sabiduría que integre tanto el λόγος auténtico como
el amor que este espira y que sea capaz de librarse de la necedad imperante de
nuestro tiempo que se ha constituido en causa más profunda de la emergencia
educativa y de la crisis de la razón moderna.
Tomando estas ideas podemos decir
que el prejuicio anti-metafísico impide el oficio del sabio y difunde una
herida en el corazón de las personas que entorpece e inhabilita para juzgar la
realidad de modo unitario y global. De modo que la rehabilitación de la
sabiduría que exige nuestra época requiere la rehabilitación de la metafísica y
la superación de aquella necedad que ha clausurado las facultades a sus objetos
y ha hecho incapaces a los discursos para juzgar el mundo.
Dado que la enseñanza
"docere" y el estudio son oficios del "sabio" que consisten
en "contemplar" y en "entregar lo contemplado", el primer
oficio de quien estudia y de quien enseña debe de ser promover cada día más en
su personalidad el "paso" de la necedad a la sabiduría y promover el
mismo "paso" en las personas a las que eventualmente pretende
entregar lo contemplado. Esta lucha contra la necedad, ciertamente encuentra su
primer lugar en el propio corazón y en la propia razón.
Sin embargo la necedad, así
descrita, es una enfermedad que requiere de un don para ser vencida. Santo
Tomás refiere al don del Espíritu Santo que es la sabiduría. Siguiendo su misma
estructura podemos decir que en otro nivel, no en el estrictamente interior
sino en el exterior y comunitario, el don de la sabiduría que se da contra la
necedad, es el don mismo de la Palabra, del λόγος que se dirige al corazón para
sanarlo y a la razón para habilitarla. De este modo se cumple su misma
sentencia que dice: toda verdad que ha
sido dicha ha sido dicha por el Espíritu Santo, en cuanto a que el Espíritu
Santo actúa interna y externamente oponiendo el λόγος a la necedad y suscitando
el amor profundo que de él se deriva. En este sentido, podemos decir que el λόγος
donado por el Espíritu Santo, que habilita la razón y sana el corazón capacita
para el encuentro con el ser, con la realidad, en donde el mismo ser aparece
también bajo la estructura misma del don. Es, entonces, la verdad misma tanto
el don que puede vencer la necedad como su objetivo, verdad que no aparece como
posesión sin más, sino como relación viva y llena de sentido.
En este sentido nos
enfrentamos al gran desafío de la emergencia educativa. Los profesores
universitarios, ante todo han de ser testigos del λόγος que suscita el amor.
Han de ser promotores del encuentro auténtico con el ser y con la realidad, un
encuentro que requiere del don de la Palabra,
entregado por quien educa a quien es educado como remedio contra la necedad e
incentivo no sólo para su entendimiento sino sobre todo para su corazón. El
profesor que se hace testigo del λόγος se vuelve promotor de la verdad y
promotor del estado de virtud que de ella se deriva por cuanto esta se
desarrolla en la vida conforme al λόγος, con la certeza metafísica de que el
alumno no sólo es capaz de la verdad y del bien conforme a ella, sino que en
realidad la necesita, la anhela y aspira a ella aunque su corazón y su sentido
de juicio pudiera estar oscurecido. Pero este servicio de sabiduría no puede
ser sólo un servicio intelectual por cuanto el mismo λόγος que desentraña la
verdad auténtica sobre el hombre y sobre su dignidad es la forma de la
transformación en que consiste la promoción del estado de virtud que se vuelve
atractivo no cuando aparece en forma de discurso sino cuando se presenta con
toda su riqueza vital en el testimonio del maestro. Algo semejante señalaba el
Papa Benedicto XVI a los profesores universitarios cuando les decía: Los profesores universitarios, en
particular, están llamados a encarnar la virtud de la caridad intelectual,
redescubriendo su vocación primordial a formar a las generaciones futuras, no
sólo con la enseñanza, sino también con el testimonio profético de su vida.[3]
En este sentido, el desafío de la formación permanente de los enseñantes que exige renovar el rigor y la profundización intelectual como principio de credibilidad, según lo señala el documento “Educar hoy y mañana una pasión que se renueva” de la CEC[4] no es suficiente sin la conformación y transformación de los mismos enseñantes según aquella verdad que con rigor y profundización intelectual buscan servir. La formación permanente no puede entenderse solamente en el ámbito intelectual y hay que recordar que esta formación sigue teniendo la misma finalidad en el enseñante que la que tiene la educación misma, en los alumnos a los que pretende servir una comunidad educativa: la promoción del estado de virtud en todos los aspectos de la persona según su sentido unitario e integral. Esta formación continua e integral que se realiza en la persona puede ser tomada análogamente en relación a la comunidad humana en el servicio a la cultura. Formación que surge del don de la sabiduría y que pretende la promoción de un nuevo estado de cosas conforme a ella. Esto mismo señalaba Benedicto XVI con las siguientes palabras:
En este sentido, el desafío de la formación permanente de los enseñantes que exige renovar el rigor y la profundización intelectual como principio de credibilidad, según lo señala el documento “Educar hoy y mañana una pasión que se renueva” de la CEC[4] no es suficiente sin la conformación y transformación de los mismos enseñantes según aquella verdad que con rigor y profundización intelectual buscan servir. La formación permanente no puede entenderse solamente en el ámbito intelectual y hay que recordar que esta formación sigue teniendo la misma finalidad en el enseñante que la que tiene la educación misma, en los alumnos a los que pretende servir una comunidad educativa: la promoción del estado de virtud en todos los aspectos de la persona según su sentido unitario e integral. Esta formación continua e integral que se realiza en la persona puede ser tomada análogamente en relación a la comunidad humana en el servicio a la cultura. Formación que surge del don de la sabiduría y que pretende la promoción de un nuevo estado de cosas conforme a ella. Esto mismo señalaba Benedicto XVI con las siguientes palabras:
La sociedad necesita con
urgencia el servicio a la sabiduría que la comunidad universitaria proporciona.
Este servicio se extiende también a los aspectos prácticos de orientar la
investigación y la actividad a la promoción de la dignidad humana y a la ardua
tarea de construir la civilización del amor.[5]
Es preciso, por tanto, pasar
de la contemplación al servicio primero en el ministerio mismo de la enseñanza
que se da siempre en el encuentro personal y en consecuencia a este primer
servicio realizar su extensión natural al ámbito de lo propiamente comunitario
y de la cultura que requiere también del don de la palabra razonable para poder
producir frutos auténticamente culturales.
Esta reflexión nos conduce a
la palabra divina que se nos ha dado como don y que se ha encarnado en
Jesucristo como a su mismo desenlace e inspiración inicial: al mismo λόγος que
ha dado origen y consistencia al ser y del que participa la inteligencia del
hombre, al mismo λόγος que es fuente de la sabiduría más alta y del amor que de
ella se deriva. A esta misma palabra y a esta sabiduría se pone al servicio la
universidad católica y la educación católica. Pero este esfuerzo propiamente
evangélico, no debemos entenderlo como aislado del primero.
Sólo quien ha sido testigo de
la búsqueda profunda del λόγος, de la ardua tarea de la promoción de la verdad
sobre el hombre, sobre el mundo y sobre la realidad puede ser un auténtico
testigo del λόγος encarnado que responde profundamente a los interrogantes de
quien ha recorrido el camino humano con verdadera humanidad. Y esto no sólo
aplica para la persona que se dedica a la búsqueda científica sino para
cualquiera que aspira a la verdad en
condiciones de recibir el don de la sabiduría y salir de la necedad a la que
hemos señalado. Grandes testigos fueron Pedro, Andrés, Santiago y Juan, hombres
que buscaban al mesías y pudieron dar razón de su esperanza al haberlo
encontrado. El encuentro con Cristo es, entonces, el impulso educativo más
significativo, por cuanto él es el camino la verdad y la vida: El corazón de la educación católica es
siempre la persona de Jesucristo. Todo lo que sucede en la escuela católica y
en la universidad católica debería conducir al encuentro del Cristo vivo.[6]
Como camino, no significa que
el encuentro por sí mismo realice los ideales de la educación católica, sino
que estos ideales se desprenden de este mismo encuentro. Si en un ámbito
general hemos dicho que a finalidad de la educación es la promoción del estado
de virtud conforme al λόγος de la verdad, en el orden de la gracia y de la fe
encontramos la elevación y perfección de este mismo dinamismo, la educación
católica es la promoción del estado de virtud conforme al orden del Verbo
encarnado, conforme a la verdad plena del hombre que Cristo revela y a la que
Cristo eleva. La educación católica es “crecer en todo hasta alcanzar la
plenitud de la madurez de Cristo”. Alcanzar su estatura. Y precisamente en esto
consiste no sólo la misión profética que la Iglesia realiza en su ministerio de
la enseñanza sino también el necesario camino del profeta también para nuestros
días. Mostrar el rostro de Cristo, y su belleza sólo puede ser logrado por
quien ha asumido ese rostro en la profundidad de su corazón, se ha dejado
transformar por Él y actúa por el amor que de él se espira. Esta tarea tan
delicada, la educación católica, siguiendo este razonamiento, alcanza su meta
no siguiendo unos métodos o unos lineamientos, sino siendo fieles a la gracia
de Dios que cristifica y hace presente el rostro de Dios en medio del mundo. En
esta dirección concluyo, con unas palabras del mismo discurso de Benedicto XVI
que he citado ya varias veces durante esta conferencia:
"si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la
realidad se convierte en un enigma indescifrable" (Discurso en la
inauguración de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano, 13
de mayo de 2007, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española,
25 de mayo de 2007, p. 9). El conocimiento no puede limitarse nunca al ámbito
puramente intelectual; también incluye una renovada habilidad para ver las
cosas sin prejuicios e ideas preconcebidas, y para poder
"asombrarnos" también nosotros ante la realidad, cuya verdad puede
descubrirse uniendo comprensión y amor. Sólo el Dios que tiene un rostro
humano, revelado en Jesucristo, puede impedirnos limitar la realidad en el
mismo momento en que exige niveles de comprensión siempre nuevos y más
complejos. La Iglesia es consciente de su responsabilidad de dar esta
contribución a la cultura contemporánea.[7]
[1]
Benedicto XVI, Discurso
a los participantes en el encuentro europeo de profesores universitarios,
23 de Junio de 2007, p. 2.
[2] II,
IIae, q. 46
[3] Benedicto
XVI, Discurso a los participantes en el
encuentro europeo de profesores universitarios, 23 de Junio de 2007, p.3
[4]
Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Educar Hoy y mañana, una Pasión que se renueva-
[5] Benedicto
XVI, Discurso a los participantes en el
encuentro europeo de profesores universitarios, 23 de Junio de 2007, p. 4
[6]
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Educar
Hoy y mañana, una Pasión que se renueva, p.10
[7] Benedicto
XVI, Discurso a los participantes en el
encuentro europeo de profesores universitarios, 23 de Junio de 2007, p. 5
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