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lunes, 10 de noviembre de 2014

39. [Homilía] DOMINGO XIX «Incorporación y renovación de alianzas CCR» Agosto 14


Queridos hermanos: en este día tan hermoso en el que algunos de nuestros hermanos se han presentado ante el altar para pedir ser admitidos a la SVA Cruzados de Cristo Rey, y algunos otros, después de haber vivido durante algún tiempo sus compromisos sagrados, piden ser admitidos a su renovación, el Señor nos dirige una Palabra llena de significado para poder comprender el misterio de la vocación y de la vida cristiana.

En primer lugar, se ha hecho presente el gran profeta Elías. La vocación de Elías surge en medio de unas tinieblas severamente densas. El Rey Ajáb y su esposa Jezabel habían abandonado la alianza, adorado a los ídolos y mandado asesinar a los profetas del Señor. El pueblo mismo estaba en la oscuridad del pecado y parecía que la noche no acabaría. Sin embargo, Elías profetizó y luchó en contra de la idolatría en el Monte Carmelo. Venció con el poder de Dios la tiranía de los ídolos, y, a pesar de ello, tuvo que huir y esconderse de Jezabel que quería matarlo. Pero el Señor no lo abandonó. En medio de la tristeza, de la desolación del desierto, un ángel enviado por Dios le dijo “Levántate y come”, “te queda un camino muy largo”. Se levantó y comió y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte de Dios el Horeb. Estando en el monte Horeb Elías entró a una cueva en donde Dios le habló preguntándole: ¿qué haces aquí Elías? Y Elías respondió: “Ardo de celo por Dios”.

Queridos hermanos: ustedes también como Elías, en medio de un mundo lleno de idolatrías y vanidades son llamados a seguir al Señor. Y el Señor también les pregunta a cada uno: ¿Qué haces aquí? Su respuesta llena de amor debe de resonar también en este lugar “Ardo de celo por Dios”. Seguidamente, el Señor le pidió a Elías salir de la cueva y se le manifestó en el “susurro de una brisa suave”. Con esto, el Señor nos indica también el modo en el que se nos manifestará a nosotros y se les manifestará a ustedes. La vocación, mis hermanos, es un misterio de la gracia que aparece en lo más profundo del alma. No busquen al Señor en grandezas ni en señales extraordinarias. Búsquenlo en el “susurro de una brisa suave”, en el interior de su corazón. Allí ustedes podrán cada día, si están atentos, encontrar al Señor que les susurra por medio de su Espíritu y los invita a entregarse a Él, a seguirlo. A partir de ahora tendrán como principal responsabilidad buscar siempre la brisa suave del amor de Dios que los llama y los sostiene en la misión. Aliméntense ustedes también del “pan de los ángeles” y vayan al encuentro del Señor, “tomen y coman” del sagrado banquete que “les queda un camino muy largo”.

Pero no olviden que el Señor no sólo los llama, sino que Él quiere enviarlos. Así también San Pablo lleno del celo del amor de Cristo nos señala que el celo por Dios es celo por el bien de los hermanos, de los que no conocen a Cristo, de los que no conocen su amor, de los que viven en graves pecados. Aprendamos a “sentir una gran pena y un dolor incesante en el corazón” por el bien de los hermanos, hasta el punto en el que lleguemos a desear entregar nuestra vida por ellos para que todos puedan alcanzar el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

San Mateo nos narra un acontecimiento de la vida de Jesús que podemos entender también en unidad con lo que hemos dicho. Jesús, en el momento narrado, ya ha fundado una comunidad importante y ha predicado ampliamente en distintos lugares, proclamando el Reino de Dios a través de sus Palabras y de los Signos.
Inmediatamente antes de este Evangelio encontramos la primera multiplicación de los panes después de la cual Jesús “subió al monte a orar a solas”. Elías, después de comer el “pan de ángeles” se retira al monte Horeb. Jesús, después de alimentar a las multitudes, se retira al monte a encontrarse con su Padre. Mientras tanto, los discípulos se habían embarcado y el tiempo pasó. La noche llegó y Jesús permaneció en oración ante el Padre. Pero los discípulos en la barca, lejos de la tierra, empezaron a padecer siendo sacudidos por las olas y por vientos contrarios.

Ellos ya habían conocido el poder de Jesús sobre la naturaleza y la calma que sobrevenía a su Palabra de autoridad. Sin embargo, ahora no estaba Jesús con ellos, como en aquel otro momento cuando había mandado a los vientos y a las aguas la calma. Y Jesús los dejó toda la noche aparentemente solos. Ellos no lo veían. San Agustín dice que en este hecho se significa el tiempo de la Iglesia. Jesús ha ascendido hasta el Padre para interceder por nosotros. La Iglesia es la barca sostenida por la oración de Jesús y el mundo es el mar tempestuoso que tiene vientos contrarios a la salvación. San Hilario dice que los vientos y las tormentas son levantados contra ellos por el espíritu del mal mientras llega el “alba” que señala el retorno glorioso de Cristo que está ya cerca.

Y los discípulos vieron algo desconcertante que los llenó de temor y en medio del desconcierto se escuchó la voz de Jesús “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Pedro escuchó la voz de Jesús y respondió pidiéndole a Jesús no el fin de la tempestad, sino algo mucho más relevante: “mándame ir a ti”. Queridos hermanos, en Pedro también nos encontramos nosotros. Así como él nosotros hemos escuchado “el susurro de una brisa suave” de la voz de Jesús y debemos pedir como Él, no el “fin de la tempestad” sino caminar siempre hacia Él, en medio de la tempestad.

Él nos llama a seguirlo. Pero también dice: “Si alguien quiere ser perfecto vaya y venda todo lo que tenga, déselo a los pobres y luego sígame” Así que, queridos hermanos, si quieren seguirlo más de cerca, poniendo en práctica los consejos evangélicos que el día de hoy prometen vivir, Díganle con Pedro: “Mándame ir hacia ti” con tu autoridad, con tu fuerza, con tu gracia podré sobrevivir los vientos contrarios y caminar firme hacia ti. ¿Y cuáles son los vientos contrarios? Hermanos cada uno tiene su tempestad, la tempestad es la oposición que encontramos en el mundo a Cristo, pero también la que encontramos en el propio corazón, es el demonio, el mundo y la carne.

A esta tempestad se le vence por la fe, en el camino de la cruz y de la lucha contra el pecado. En esto consiste el ser cruzados, tomar la cruz renunciando a nosotros mismos, luchando contra los vientos contrarios y poniéndonos al servicio por amor de tantos hermanos que están a punto de perecer en la tempestad. Como Cruzados estamos llamados a luchar contra tres idolatrías. A la idolatría del dinero y de los bienes le haremos oposición con la Pobreza de Cristo que queremos imitar. A la idolatría del placer, del hedonismo que con tanta fuerza nos asecha en nuestros días le haremos oposición con la Castidad de Cristo pidiendo al Señor un corazón nuevo que sepa amarlo a Él sobre todas las cosas y al prójimo con su mismo corazón. A la idolatría del egoísmo, de la vanidad, del orgullo, de la soberbia que quiere vivir lejos o en contra de la voluntad de Dios le haremos oposición con la santa obediencia de Cristo que nos redimió haciendo la voluntad del Padre. Todo ello es para nosotros un camino de seguimiento de Cristo, de libertad del corazón para amar cada vez más y debe de ser un testimonio de la Verdad que Él nos ha revelado. Un testimonio vivido con espíritu de martirio, con totalidad, con generosidad. Algunos han recibido la sotana. Que sea signo de su deseo de pertenecer enteramente al Padre a través de Jesús. Que les recuerde sus promesas sagradas y los llene de alegría de ser de él.

Volvamos una vez más sobre el relato. El Señor parece estar ausente. Sin embargo está presente frente al Padre, y su voz suave nos alcanza. Es posible que en algún momento nos sintamos agobiados o llenos de temor. Del mismo modo que le sucedió a Pedro en nosotros también convive la fuerza de la gracia que nos sostiene y la debilidad que nos lleva a hundirnos. Pero cuando el corazón esté agitado, cuando la Iglesia, la comunidad, la familia sienta con fuerza los vientos contrarios invoquemos a Cristo con fe, y Él nos salvará: ¡Señor sálvanos! 

Queridos hermanos permanezcamos siempre en la barca que es la Iglesia. Confiemos en que el Señor nos sostiene con su mediación salvífica. Adorémosle postrándonos cuando se haga presente en nuestro camino especialmente en la Eucaristía. No tengamos miedo ni de la oscuridad ni de la tempestad. Invoquémosle con fe y como Elías, vayamos a cumplir nuestra misión en favor de este mundo que requiere la luz de la Iglesia que es la luz de Cristo y el servicio del discípulo para ser transformado. No nos rindamos a este mundo. No nos ajustemos a este mundo, antes bien vayamos a transformarlo con la fuerza de Cristo para que Cristo reine en todas las cosas. 

Queridas familias: sus hijos son un don para la Iglesia y para el mundo. Que el Señor les premie la educación cristiana que ha suscitado estas vocaciones y recuerden que ustedes también han sido elegidos. Acompañen la vocación de sus hijos con una oración cada vez más profunda, incesante y confiada en que el Señor a todos a ellos y a ustedes les mostrará el camino y su voluntad en la brisa suave del Espíritu Santo. 

Hermanos: encomendémonos los unos a los otros y nuestra vida entera a la Madre de Dios. Que ella sea la defensa y el consuelo de nuestra vocación. Amén.

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