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domingo, 5 de mayo de 2013

25. [S.Th.] La cristología de I y II de Juan



En las primera y segunda epístolas de Juan
se presenta un desarrollo cristológico íntegro que bien puede separarse en dos apartados: cristología ontológica (quién es Jesús); cristología soteriológica (qué ha hecho por nosotros). 


Las confesiones de fe

En primer lugar encontramos una variedad de confesiones de fe cristológicas que se contraponen a la mentira de quien niega la confesión de fe. La negación de la fe corresponde en un primer momento en negar que Jesús es el Cristo: ¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? (I Jn 2,22 a). En un segundo momento se niega también el carácter de Hijo de Jesús lo que corresponde negar también a Dios como Padre: Ese es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo (I Jn 2,22 b).


En este sentido el anticristo “ὁ ἀντίχριστος” será quien niegue que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios, negando así también al Padre. En contraposición aparece la confesión de fe, de quien sigue no el espíritu del anticristo, sino el espíritu de Dios “τὸ πνεῦμα τοῦ θεοῦ”: Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios (I Jn 4, 2)

Así queda una oposición clara y distinguida entre los que son de Dios por confesar a Jesús como el Cristo “ὃ ὁμολογεῖ Ἰησοῦν Χριστὸν ἐν σαρκὶ ἐληλυθότα ἐκ τοῦ θεοῦ ἐστιν” y aquellos que son del Anticristo por negar o que Jesús es el Cristo, o que es el Hijo, o que ha venido en la carne “ἐν σαρκὶ ἐληλυθότα”. Esto mismo lo encontraremos más adelante cuando se haga un énfasis especial no sólo en la carne sino en también la sangre “ἐν τῷ αἵματι “ del Hijo de Dios: Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. (I Jn 5, 6)

De modo que ha aparecido un elemento más: no sólo encontramos una fe en Jesús como el Cristo y el Hijo de Dios, es decir, en su divinidad y mesianismo, sino también un reconocimiento explícito de su humanidad “
ἐν σαρκὶ ἐληλυθότα” y de su auténtica muerte y derramamiento de sangre. Así será del anticristo tanto aquel que niegue la divinidad de Jesús o su mesianismo, como aquel que niegue la verdad de su humanidad, de su carne y de su sacrificio propiciatorio.

Esta referencia explícita a la carne hace pensar en la presencia temprana del docetismo en las comunidades cristianas las cuales al afirmar eminentemente la divinidad de Jesús, podían verse tentadas a olvidar que Jesús, aún siendo el Hijo de Dios, había venido en la carne “Ἰησοῦν Χριστὸν ἐρχόμενον ἐν σαρκί” y derramó realmente su sangre: Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo (II Jn 7).

Pero en clara oposición a esta pertenencia anticristiana, será de Dios y Dios permanecerá en él “ὁ θεὸς ἐν αὐτῷ μένει" todo aquel que confiese “ὃς ἐὰν ὁμολογήσῃ” que Jesús es el Hijo de Dios “ ὁ υἱὸς τοῦ θεοῦ” (I Jn 4, 15), el Cristo, quien ha venido en carne y sangre. Aquel que cree “ ὁ πιστεύων” en Jesús como Hijo de Dios, no sólo será de Cristo, sino que tendrá una existencia nueva en Dios, habrá nacido de él “ἐκ τοῦ θεοῦ γεγέννηται” para una vida nueva: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios (I Jn 5, 1).

Creyendo en él, el cristiano puede vencer al mundo, permanecer en la fe y resistir a las persecuciones (
I Jn 5, 5). Sólo en la fe cristológica el cristiano será vencedor del mundo: “ ὁ νικῶν τὸν κόσμον”. ¿Qué significa vencer al mundo? Significa vencer con Cristo al pecado y a la muerte, ser salvados por él.

Carácter salvífico de la muerte de Jesús
En las primeras dos epístolas de Juan la fe en Cristo es eficaz, tiene una fuerza salvadora, que concede una victoria sobre el mundo y hace al cristiano nacer de Dios, para una vida nueva en el Espíritu, en comunidad “κοινωνίαν ἔχομεν μετ’ ἀλλήλων”. Esta nueva vida, significa en primer lugar vivir en la luz, “ἐν τῷ φωτί “ y ser purificado del pecado, es decir, poder vivir reconciliados con Dios y según su bondad y su justicia: Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado (I Jn 1, 7).

Veamos que el autor, no presenta el ministerio de Jesús, únicamente como una iluminación de carácter espiritual, sino como un ministerio reconciliador en la carne y en la sangre, (I Jn 5, 6. 8) pues ha sido la sangre el instrumento eficaz de la purificación que se realiza con el signo del agua: τὸ αἷμα Ἰησοῦ τοῦ υἱοῦ αὐτοῦ καθαρίζει ἡμᾶς ἀπὸ πάσης ἁμαρτίας. Esto mismo lo presenta utilizando el lenguaje sacrificial propio del templo, pero ahora, dotado de un alcance universal, católico, que alcanza a todo el mundo “ καὶ περὶ ὅλου τοῦ κόσμου”: El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (I Jn 2, 2).

El perdón de los pecados es un acontecimiento nuevo y único que significa una gran noticia, un auténtico evangelio, por cuanto significa la reconciliación con Dios (I Jn 2, 22), pero también por cuanto significa el fin del dominio del diablo sobre los hombres: Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo (I Jn 3, 8). Así, el Cristo realiza un ministerio auténtico de liberación y de destrucción del mal, del malo, y de las obras del mal: εἰς τοῦτο ἐφανερώθη ὁ υἱὸς τοῦ θεοῦ, ἵνα λύσῃ τὰ ἔργα τοῦ διαβόλου.

Pero, la única forma de vencer al mal, a las fuerzas del mal, y, por lo consiguiente al diablo, es amando. El amor es la victoria de Cristo sobre el diablo y sobre el mal. Por amor Dios nos ha reconciliado y purificado: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (I Jn 4,10).

Una vez que hemos sido amados hasta el extremo por él, siendo reconciliados por su sangre, entonces, el mismo amor que nos renueva se hace también la victoria de los cristianos sobre el mundo:
En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos (I Jn 3, 16).

El cristiano vence al mundo, amando hasta el extremo como su maestro, dando la vida por los hermanos; así alcanza participación en la salud, se hace luz del mundo, y ofrece también un ministerio martirial para con los demás:
Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó (I Jn 3, 23).

Ambas perspectivas cristológicas, la ontológica y la soteriológica están intrínsecamente unidas, creer en el Hijo de Dios significa aceptar la redención, la purificación de los pecados y ser renovados por el amor para la victoria del amor:
Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna (I Jn 5, 13).


Epilogo

Sobre el icono de la cruz eslava: La misteriosa fuerza del amor manifestada en el sacrificio redentor de la cruz, nace en nosotros con la confesión de Fe. La confesión de fe que presenta al Hijo de Dios crucificado y glorificado, derramando su sangre por amor, dilata el corazón para el amor extremo. 

Si el mismo Señor de la Gloria ha tenido que subir por el peldaño inclinado de la disciplina y de la obediencia que exige el amor para entrar en la gloria y vencer, con cuanta mayor razón, los cristianos en la escuela del amor que es la cruz, debemos subir por el peldaño inclinado de la obediencia y de la disciplina ofreciendo un sacrificio no sólo luminoso en el espíritu sino también sacramental en la carne y en la sangre de nuestras propias circunstancias. 

De él aprendemos a amar, lo que es el amor, y de él recibimos la gracia para amar como él nos ha amado: el don del Espíritu Santo. Él nos enseña a ofrecer el sacrificio amoroso de nuestras vidas, comunicantes al suyo por el que se consagra el nuestro, para vencer también las tinieblas de nuestro tiempo que nos sofocan y nos oprimen.


Con él como Hijos verdaderos, nos dirigimos confiadamente, orando los unos por los otros, y por nosotros mismos, en el consuelo de las oraciones de la Madre de Dios, diciendo: + Pater Noster...

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